Un niño serio
bajando su propia cuesta.
Las estrellas azules
flotando en el desierto.
Mis días se quiebran uno a uno
en el falsete de una noche en vela:
pupilas dilatadas, clavadas en el techo,
sudor en la frente para el frío de un verano,
apretando mandíbulas contra el sueño.
A la mañana siguiente,
yo no era el único que sufría
la resaca de un domingo cualquiera:
mi voz de molino oxidado,
como la peor de las drogas,
aún te quemaba en las venas.
Y una llamada
con el prefijo de tu provincia.
Risas sonoras
con tu mismo acento.
Yo callaba,
yo tan débil,
no tan débil como tú.